La protección y el bienestar animal es un tema muy importante en la sociedad actual. Más que el hecho de cuidar y/o preservar a los animales, tiene un impacto profundo en nuestra ética como sociedad, en los ecosistemas, el bienestar humano y la construcción de una comunidad compasiva y respetuosa.
En este blog, queremos exponer la importancia del bienestar animal y su impacto en la sociedad, destacando los 4 principales pilares que mantienen a este concepto que ha tenido tanta repercusión en los últimos tiempos dentro del ámbito animal.
En este blog haremos un repaso de:
- Revisión legislativa del mundo animal
- Legislar a favor del bienestar animal
- Ética y bienestar animal
- Prevención del maltrato animal
Los animales son seres sintientes
Históricamente, en la mayoría de ordenamientos jurídicos y, particularmente, en los europeos, siempre se ha considerado a los animales como bienes, como cosas semovientes, que pueden trasladarse de un lugar a otro por sí mismos.
Parece innegable que “las cosas” no pueden ser titulares de derechos y, por lo tanto, bajo esta configuración, sería muy difícil sostener jurídicamente que los animales pudieran tenerlos.
Sin embargo, desde mediados del siglo XVIII, en el marco de las teorías utilitaristas orientadas principalmente por Jeremy Bentham, los pensadores europeos empezaron a discutir sobre el sufrimiento animal. Estas teorías posteriormente las desarrollarían autores como Peter Singer, hasta llegar a las bases del movimiento animalista establecidas por Tom Reagan.
Con estos antecedentes, en los últimos años hemos venido asistiendo a un proceso de des-cosificación de los animales bajo el paradigma de la sintiencia.
Esta expresión que caracteriza a los animales como seres vivos dotados de sensibilidad, es la que se ha introducido en nuestro ordenamiento a través de la Ley 17/2021, de 15 de diciembre, de modificación del Código Civil, la Ley Hipotecaria y la Ley de Enjuiciamiento Civil, sobre el régimen jurídico de los animales.
El reconocimiento de la consciencia de los animales se postuló como un hito histórico en la Declaración de Cambridge de 7 de julio de 2012, donde un prestigioso grupo internacional de los ámbitos de la neurociencia cognitiva, la neurofarmacología, la neurofisiología y la neurociencia computacional declaró que no era posible ya seguir manteniendo que los animales sólo experimentan sensaciones físicas y corporales, dado que poseen un nivel de consciencia que les permite procesarlas y reconocerlas, y presentar cualidades afectivas y experienciales individuales y compartidas.
En consecuencia, podemos decir que lo biológico, en el campo del Derecho Animal, se ha convertido en un soporte o anclaje de lo jurídico; la evidencia científica no está aislada del Derecho.
Todo ello nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de avanzar en la regulación protectora de los derechos de los animales, para, como se deduce de la Declaración de Toulon de 29 de marzo de 2019, salir del lastre jurídico que supone mantener el tratamiento de los animales como objetos, proponiéndose concederles el estatus jurídico de seres (físicos) no humanos.
Pierre Foy Valencia, afirmó que el derecho es inevitablemente antropocéntrico y antropogénico, y que esa es una limitación, es una categoría creada por los humanos.
Sin embargo, esto no impide que se conciban formas de protección legal, inclusive reconocimientos de derechos, como las fórmulas jurídicas y ficciones creadas para obtener el reconocimiento de derechos.
Pero ¿qué nos impide avanzar en esta evolución para conceder idéntico estatus a seres vivos que sabemos dotados de consciencia? No se trata de que el animal adquiera la condición ontológica de ser humano o de que adopte cualidades humanas, sino de que adquiera un estatus jurídico diferente al de cosa, que ya no le pertenece pues nunca lo ha sido.
Hace 45 años, en 1978, que se presentó el primer texto de la Declaración Universal de los derechos del animal, promovida por la Liga Internacional de los Derechos de los Animales y muchos de los derechos recogidos en su texto forman parte de las legislaciones de diversos países, entre ellos España.
Además, la regulación protectora de los animales no es extraña a nuestro ordenamiento, ni tan novedosa como pudiera parecer, pudiendo citarse la llamada Ley Grammont (1850), que protegía a los animales domésticos de los abusos que se ejercieran contra ellos en espacios públicos.
Sin embargo, sí encontramos una importante ausencia en la Constitución Española de 1978, que no menciona en ninguno de sus preceptos la protección o el bienestar animal.
Esto principalmente, se debe a que, hasta fechas recientes, los derechos de los animales no politizaban. El foco común en los debates en sede judicial, legislativa y convencional en materia de Derecho Animal siempre ha girado en torno a argumentos ético-animalistas y ambientalistas, antes que en los de carácter político. Es decir, nunca se habla de los animales como miembros de nuestras comunidades.
Paradójicamente, si se reconociera a los animales como sujetos de derechos, se estaría reconociendo, a su vez, su cualidad de miembros de la comunidad política y, por ende, su titularidad de, al menos, los tres derechos fundamentales más básicos: a la vida, a la integridad física y psíquica y a la libertad.
Esto significa que seguimos enfrentando los mismos detractores al reconocimiento de los derechos de los animales apelando a los habituales argumentos de la superposición de especies y de la relevancia moral, o a la protección ambiental.
¿Realmente las objeciones sobre si los animales pueden tener derechos debido a su incapacidad para litigar en tribunales o para asumir deberes pueden ser desestimadas fácilmente? ¿No podríamos aplicar los mismos principios legales que utilizamos para los humanos con limitaciones legales o entidades con personalidad jurídica ficticia? Además, ¿no podríamos considerar las normas sociales y legales que imponemos a los animales domésticos como obligaciones para ellos, considerando su contribución en forma de trabajo, compañía y sacrificio de sus cuerpos? ¿Realmente tiene sentido seguir argumentando que los animales carecen de intereses propios, como el deseo de vivir, alimentarse o evitar el sufrimiento, a pesar de la evidencia científica? ¿No es evidente que la vida natural en sí misma tiene un valor intrínseco que merece ser protegido?
Considerando todo esto, ¿no surge un deber moral, legal y político por parte de los seres humanos para reconocer y proteger los derechos de los animales, compensando así su falta de capacidad legal para defender sus propios intereses?
Por lo tanto, es necesario ir más allá del debate puramente teórico y moral sobre los derechos de los animales, y abordar estudios rigurosos que no estén centrados únicamente en la perspectiva humana, sino que consideren las circunstancias vitales, necesidades y derechos de los animales en relación con nuestras instituciones y prácticas políticas en términos de comunidad, territorio y soberanía.
Ley de Bienestar Animal
Esta ley marca un hito al regular y determinar una serie de prohibiciones destinadas a salvaguardar los derechos y la integridad de nuestros amigos de cuatro patas y otras criaturas.
Entre las disposiciones más destacadas de esta normativa se encuentran aquellas que prohíben explícitamente el maltrato y la negligencia hacia los animales, algo que todos deberíamos considerar no solo como obligatorio, sino como un acto de sentido común y humanidad. El artículo 25.a, por ejemplo, detalla la prohibición de maltratar o agredir físicamente a los animales, así como someterlos a prácticas que puedan causarles sufrimiento o daño físico o psicológico, inclusive llevarlos a la muerte.
Sin embargo, más allá de estas restricciones evidentes, la ley aborda prácticas que antes podrían haber sido aceptadas socialmente pero que ahora se consideran inaceptables en nuestra búsqueda de un trato más humano hacia los animales. Una de estas prácticas era dejar a los perros u otras mascotas atados afuera de establecimientos, como supermercados o farmacias, mientras los dueños realizaban compras. Esta acción, que anteriormente podría haber sido vista como una solución rápida y común, ahora está estrictamente prohibida bajo el artículo 27, apartado D, que exige la supervisión presencial de los animales en espacios públicos por parte de sus cuidadores.
La normativa también establece obligaciones claras para los propietarios de mascotas. En el artículo 24.2 se destaca la necesidad de vigilar adecuadamente a los animales para evitar su huida o cualquier situación peligrosa, además de mantenerlos identificados según lo requieran las regulaciones vigentes.
El incumplimiento de estas disposiciones conlleva sanciones definidas en la ley. Por ejemplo, dejar a un perro atado afuera de un establecimiento puede resultar en multas que van desde los 500 hasta los 10.000 euros, según la gravedad de la infracción. Además, las autoridades competentes, como el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil y los cuerpos policiales locales, están encargados de garantizar el cumplimiento de estas normas mediante inspecciones y acciones de control.
Desde la implementación de esta ley, se ha registrado el primer caso de denuncia por incumplimiento de esta prohibición, involucrando a una persona que dejó a su perro atado afuera de una farmacia mientras hacía una compra rápida. Esta medida busca erradicar la práctica de dejar a los animales “estacionados” fuera de los comercios, garantizando su seguridad y bienestar en todo momento.
Es fundamental entender que estas regulaciones no solo buscan proteger a los animales, sino también educar a la sociedad sobre la importancia de tratar a nuestras mascotas con respeto y cuidado en todos los contextos. De esta manera, todos podemos contribuir a crear un entorno más seguro y amigable para nuestras queridas compañías peludas.
Promoción de la empatía, educación y concienciación
La protección y el bienestar animal no solo son cuestiones morales, sino también motores clave para fomentar la empatía y la compasión en nuestra sociedad. Al educar y concienciar sobre los derechos de los animales, cultivamos una cultura de respeto hacia todas las formas de vida, lo cual tiene un impacto más amplio de lo que podríamos imaginar.
Cuando nos preocupamos por el bienestar de los animales, esa empatía no se queda en el ámbito animal; se extiende a otras esferas de nuestras vidas. Puede llevarnos a mostrar una mayor compasión hacia nuestros semejantes y hacia el medio ambiente en general.
La protección animal desempeña un papel fundamental en la educación y concienciación de la sociedad. A través de programas educativos, actividades de divulgación y campañas de sensibilización, se promueve la importancia del trato ético hacia los animales y se alienta a las personas a tomar medidas concretas para protegerlos.
Esto implica no solo hablar sobre el respeto animal, sino también actuar en consecuencia. Se fomenta la adopción responsable de mascotas, la esterilización y castración para controlar la población animal de manera ética, y se promueven prácticas sostenibles que respeten a los animales y su entorno natural.
Al integrar estas ideas en la sociedad, estamos sentando las bases para un futuro más compasivo y ético. La protección animal, por lo tanto, no solo beneficia a nuestros amigos de cuatro patas, sino que también moldea la manera en que nos relacionamos con nuestro entorno y con otros seres vivos.
Cada paso que damos en favor del bienestar animal es un paso hacia una sociedad más consciente y empática en su conjunto. Así que recordemos siempre que cuidar a los animales no solo es un deber moral, sino una inversión en el bienestar colectivo y en un mundo más compasivo para todos.
Prevención del Maltrato Animal
La protección animal desempeña un papel crucial en la prevención del maltrato hacia nuestros peludos. No se trata solo de una cuestión de ética, sino de implementar medidas concretas que promuevan un trato más humano hacia los animales en todos los ámbitos de la vida.
Una parte fundamental de esta labor consiste en promover leyes y regulaciones más estrictas que protejan a los animales contra el abuso y la crueldad. Estas medidas no solo actúan como disuasivos legales, sino que también educan a la sociedad sobre la importancia de respetar a todas las formas de vida.
Además, la protección animal impulsa cambios significativos en sectores como la agricultura, la investigación científica y el entretenimiento.
Las personas comprometidas luchan por garantizar prácticas más éticas y compasivas en estas áreas, asegurando que los animales sean tratados con dignidad y respeto en todo momento.
En la agricultura, por ejemplo, se promueven métodos sostenibles que respetan el bienestar animal, como la cría libre de jaulas y el pastoreo responsable. En la investigación científica, se trabaja para desarrollar alternativas al uso de animales en experimentos, priorizando métodos no invasivos y éticos. En el mundo del entretenimiento, se promueve el uso de formas más respetuosas de interacción con animales en espectáculos y actividades recreativas.
El objetivo último de esta labor es suprimir cualquier forma de explotación animal, buscando garantizar que todos los seres vivos sean tratados con compasión y consideración en nuestra sociedad.
Al unirnos en esta causa, estamos dando pasos concretos hacia un mundo más justo y compasivo para todos, humanos y animales por igual. La prevención del maltrato animal no es solo una meta, sino un compromiso ético que nos incumbe a todos como sociedad.